Bruno Gelber, el genial pianista de 80 años, volvió a la ciudad Córdoba luego de una ausencia de cinco años. Los pasados 5 y 6 de noviembre el Teatro del Libertador se vistió de gala. Motivos no faltaron…
El programa era alentador desde el vamos: “El concierto del año”. Eso era lo que continuaba a Bruno Gelber y la Orquesta Sinfónica de Córdoba, y la verdad es que lo fue. La Orquesta con la dirección musical del coreano Jongwhi Vakh, ya era hermosísimo. Pero sumarle a Bruno hizo que las palabras no alcanzasen para lo que fueron dos horas de un disfrute inigualable. Sí, los adjetivos nunca estuvieron de más para hablar del quien nació en Buenos Aires hace ochenta años y que engalanó a La Docta, después de tanto tiempo.
Amor en notas
El viernes la fila llegaba hasta la esquina, con toda la gente debidamente vestida para una fiesta. Tanto ese día como el sábado, aunque el segundo día el contraste era con otro festejo. La del orgullo y el amor en cualquiera de sus formas. Como la de Bruno con ese instrumento inseparable. “Me casé para siempre con el piano, ese señor que me mira y me sonríe” dijo alguna vez el pianista.
Un Teatro del Libertador lleno, fue testigo del Concierto para piano y orquesta N° 3 en do menor de Beethoven, que también incluyó la Obertura de Don Giovanni de Mozart y una segunda parte del concierto con la Sinfonía N° 8 en fa mayor.
Tal vez se podría resumir lo que se vivió centrándonos, por un momento, en el director Jongwhi Vakh al finalizar la primera parte. Su emoción fue la de todos. El no aguantar el llanto y romper con las formas (¿importan en ese contexto?); el romperse las manos aplaudiéndolo; el agradecerle tantísimo y pedir más ovaciones; su rendición ante el genio… Y si lo hizo el mismísimo director, que quedaba para el resto ¿no?
Entre semana, el pianista en una entrevista dada a Andrés Fundunklian le confesó que hacía ejercicios para relajar sus brazos y llenarse de amor para tocar: “Las notas en sí mismas no son nada, lo importante es lo que uno hace pasar por esas notas. Es la expresión”. Y lo que se vivió el fin de semana, no fue ni más ni menos que una renovación de votos. De él con el piano, de las notas llenas de expresión, de las teclas llenísimas de amor…
Gelber y Bruno
Al final de la primera parte del concierto, el aplauso de pie se extendió varios minutos. Y debería haberse hecho por varios minutos más. Por lo que generó y logró: hacernos volar sentados.
La ovación fue para Gelber y para Bruno:
Fue para Gelber, el excéntrico pianista, el que tocó en más de 54 países y dio más de cinco mil conciertos; el que fue becado a los diecinueve años para estudiar en París; el que fue dirigido por grandes maestros, invitado a grandes festivales y actuó con las mejores filarmónicas; el que es considerado uno de los cien mejores pianistas del Siglo XX.
Pero, sobre todo, fue para Bruno: el niño al que un ataque de poliomielitis, a los siete años, lo mantuvo inmóvil por un año y siguió practicando recostado desde su cama; al que a los diez años actuó por primera vez con orquesta, interpretando el Concierto Nº 3 de Beethoven, sí el mismo que hizo setenta y cinco años después en el Teatro del Libertador. Bruno, el que el paso del tiempo lo hace ver grande (¡tiene 80 años!), pero el movimiento de sus manos lo hacen ver gigante. Porque las movió como si tuviesen vida propia, aparte, como si fuesen parte del piano más que de él. Él, que confesó que lo más lindo de un artista es el misterio. En su caso el misterio de llegar a saber cómo llegó a tocar como lo hace, en transformarse cuando se sienta frente a ese “señor” que lo enamora, para extender el amor a los presentes. En saber cómo él, que una vez dijo que no nació si no que se hizo pianista, se haya convertido en el hombre piano.
Juan Coronell. Periodista.
@juanjosecoronell
Especial para Fm Top