Fueron dos noches de pasión, de amor y de alegría. Ricky Martin regaló fiesta pura en Villa María, ante un anfiteatro que se llenó en dos jornadas seguidas y una ciudad que lo vibró desde varios días previos.
Es jueves 23 de febrero. La primera de las dos fechas que Ricky Martin tendrá con Villa María empieza a vivirse. Hay muchas fans en las puertas del hotel donde se aloja. Esperan detrás de las vallas en un paisaje poco común para esa zona de la ciudad. Hay una camioneta que sale de la cochera y abre sus puertas, hay alguien que es muy conocido y hasta muy familiar para quienes gritan su nombre. Es el protagonista de esta historia que se dirige al Anfiteatro. Ya empezó su nueva cita con la ciudad.
A eso de las 21 hs, había mucha gente que no había ingresado al “Anfi”. Se escuchaban gritos que iban del “apuren” a “no empujen que entramos todos”. Es que nadie se quería perder nada, por más que a esa hora se habían perdido a De la Rivera. La banda local, cuyos integrantes desde que se enteraron de que iban a ser los teloneros, no pudieron disimular las ganas, la emoción y la felicidad. Como toda la gente que a las 21:30, cuando los 60 músicos y el director de Orquesta Ezequiel Silberstein se hicieron presentes, comenzaron con una ovación estruendosa. Y mucho más, muchísimo más, cuando Ricky Martin salió con un impecable traje negro. La noche era de gala. No era para menos…
Y esta noche quiero fiesta
El comienzo fue demoledor, impactante e inolvidable. Ya en el primer tema se escuchaba, se vivenciaba y se observaba lo que sería el resto de las casi dos horas que duró el espectáculo. Pégate fue el tema con el que abrió la noche, fue la invitación cantada cuando se escuchó que quería fiesta. Para entonces las y los presentes, se agolparon cada vez más cerca del escenario. Querían pegarse a su ídolo, que volvió después de tres años a la provincia y que empezó a robar suspiros con Volverás.
“¿Cómo estás Villa María? Vengo a recordar viejos tiempos, vengo a unir el presente con el pasado, quiero que canten conmigo, quiero que bailen conmigo” fueron algunas de las palabras que le dijo a un público entusiasmado y feliz. Porque la palabra que resume lo que pasó y lo que se encargó de regalar el boricua fue felicidad. Una felicidad que fue subiendo como La bomba y que hizo que Gracias por pensar en mí, no fuese sólo un tema si no lo que la mayoría pensó después de cada canción: Gracias por pensar en nosotros y volver.
Disparos al corazón
Y hubo amor, obvio, mucho amor. Con un artista entregado a su público, logrando lo mismo de parte de su público, por las canciones y las actitudes. Porque Ricky Martin se encarga de que lo sientan cerca, de que lo sientan genuino. De que nadie quede afuera de la fiesta, por eso fue recorriendo todo el escenario y saludando a su gente, por eso incluyó a “los del fondo”; por eso cada gesto después de cada canción fue de agradecimiento. De él para con su público y de este para con él. Como cuando sonó Prohibido, Disparo al corazón, Fuego de noche, Nieve de Día, Te extraño, te olvido, te amo; como cuando en cada cambio de vestuario el “te amo” bajaba desde todos lados de las tribunas.
Y en gestos que tienen los grandes. Como en Asignatura pendiente, que la comenzó dos veces porque en la primera no le gustó tanto: “Esta es una canción muy importante para mí, la quiero hacer bien para que suene perfecta”. Para que él se moviera al ritmo de los violines, sintiera esa canción en el cuerpo y la gente se moviera con él. Lo siguiera, con esa complicidad que generan las relaciones de tantísimo tiempo, de tanta pasión, de “loca manía”; esas relaciones a las que se les puede cantar: “Que eres el amor de mi vida”.
Que nos mata el sentimiento y nos sobran las razones… para admirarlo
Tiburones, esa canción para dedicar a las parejas que no pudieron estar, vía Whatsapp, con el corazón en la mano; el baile y la libertad del sentir en “Livin’ la vida loca”, “Vente pa’ acá”, mientras la cámara tomaba una bandera LGBT; la emoción a flor de piel en Vuelve; el delirio en La copa de la vida, cuando le tiraron una bandera de Argentina para que después de besarla gritara “Argentina campeones del mundo”; para luego volver a ese canto casi al oído con Tal vez y Tu recuerdo, para saber que esos instantes se convertían en un “aguacero de recuerdos” que sólo hacen bien.
Pasó por todos los estados de emociones, con la misma brillantez y el mismo brillo de siempre, algo que no es poco; manejó al público de una forma envidiable; se sintió a gusto e hizo que la gente estuviese igual. Paseó por sus hits, los clásicos y los nuevos, sabiendo que cualquier persona podría haber cantado de memoria todo lo que sonó en esa hora y media.
Es Ricky Martin quien nos mata o nos revive el sentimiento, como quieran, porque están quienes mueren por él. Pero sí nos sobraron las razones para aplaudir de pie a un excelso cantante, un tipo divertido; un artista carismático, genuino y auténtico; un gran bailarín, que fue de la sensualidad a la diversión sin problema; un profesional con todas las letras, que cuando se juntan forman Ricky Martin.
Podríamos escribir mucho de él. Pero tal vez el mejor resumen sea con una de sus canciones. Porque al final del show, toda persona que lo pudo ir a ver tuvo ganas de cantarle a él: “No tengo alas, pero tú me haces volar”.
Nota y fotos: Juan José Coronell – @juanjofotos12
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